El proceso comienza con un pequeño dispositivo en forma de bolígrafo llamado inyector de chorro que el anestesista puede sostener en la mano. El dispositivo se carga con el anestésico y se utiliza una boquilla para dirigir la niebla a la zona de tratamiento.
La niebla es tan fina que puede penetrar en la piel y alcanzar las terminaciones nerviosas encargadas de transmitir las señales de dolor al cerebro. Esta tecnología garantiza que el paciente pueda recibir la anestesia que necesita sin experimentar las molestias de una aguja.
Además de ser menos dolorosa, la anestesia sin agujas es también mucho más rápida que los métodos tradicionales de administración de anestesia. La niebla puede aplicarse en segundos y la anestesia hace efecto casi de inmediato. Esto significa que los pacientes pueden pasar menos tiempo en el quirófano y reincorporarse más rápidamente a su vida cotidiana.